autor: Olokün
Crecí
en una comunidad de vecinos de Sevilla: mi padre trabajaba todo el
día en un taller de tapicería, así que no le veía mucho por casa
entre semana. Mi madre fue la que se encargó de mi educación sin
descuidar las tareas del hogar y a sus otros dos hijos mayores que
yo, quienes estudiaban y trabajaban. Éstos cuando podían me
llevaban a la guardería o me recogían. Fui la generación de
mediados de los ochenta en un barrio de principios de los setenta,
así que, amigos de mi edad encontré pocos.
En el
colegio nada que destacar. Tengo un amigo desde hace mas de veinte
años que le encantaba la bicicleta. Era su deporte favorito junto al
fútbol y la consola Sega Mega Drive. Yo en cambio era de baloncesto,
Super Nintendo y ordenador, que entró en casa cuando yo era pequeño
gracias a mi hermano. Mis vacaciones eran un campamento de verano la
segunda quincena de julio. Mis padres sacrificaban su veraneo para
que yo pudiera disfrutar junto a otros niños de la naturaleza y
forjara amistades que hoy aún conservo. Ese sacrificio sólo lo
llegué a valorar cuando acumulé muchas primaveras.
Recuerdo
la década de los noventa. Ansiaba algo por encima de todas las
cosas. Algo que me faltaba para completar mi personalidad, bien por
capricho infantil, bien por algún tipo de carencia afectiva. Algo
con lo que martillear los oídos de una madre rayando la cincuentena:
una bicicleta.
Y la
conseguí. Podría explicar de cuántas formas supliqué, pedí,
grité y lloré, pero esa parte me la salto porque todos llevamos un
niño dentro que alguna vez se comportó así, y pasaré a cuando
entró mi hermano en casa con una bicicleta de niña, rosa.
La
ducha de mi casa se encuentra comunicada con la cocina a través de
una ventana que usábamos para airear vapores del baño. Esa noche de
verano yo me estaba duchando cuando mi hermano llegó a la altura de
la ventana y la golpeó dos veces con sus nudillos. No me lo podía
creer: ¡Una bicicleta! Daba igual que fuera rosa y con la barra
baja. ¡Era una bicicleta para mi! El problema es que a mis diez años
aún no sabía montar e hicieron falta muchas clases prácticas de mi
mejor amigo y muchos arañazos rosas contra los coches.
Fue el
mejor verano de mi infancia. Ya se sabe que a esa edad se crece muy
rápido, y pronto se quedó pequeña y la regalamos. Pasaron los años
hasta que el ayuntamiento colocó en 2007 una estación Sevici al
lado de casa y desde entonces no he parado. Bueno doctor, esto ha
sido una pequeña parte de mi historia sobre la adicción a la
bicicleta y al mundo que le rodea. En la próxima consulta,
¿hablaremos de cuántas bicicletas tengo, las estáticas, el
spinning del gimnasio y de los vídeos VHS que colecciono de los
Tours, Giros y Vueltas a España?