sábado, 5 de octubre de 2013

Una bicicleta de niña rosa


autor: Olokün

Crecí en una comunidad de vecinos de Sevilla: mi padre trabajaba todo el día en un taller de tapicería, así que no le veía mucho por casa entre semana. Mi madre fue la que se encargó de mi educación sin descuidar las tareas del hogar y a sus otros dos hijos mayores que yo, quienes estudiaban y trabajaban. Éstos cuando podían me llevaban a la guardería o me recogían. Fui la generación de mediados de los ochenta en un barrio de principios de los setenta, así que, amigos de mi edad encontré pocos.

En el colegio nada que destacar. Tengo un amigo desde hace mas de veinte años que le encantaba la bicicleta. Era su deporte favorito junto al fútbol y la consola Sega Mega Drive. Yo en cambio era de baloncesto, Super Nintendo y ordenador, que entró en casa cuando yo era pequeño gracias a mi hermano. Mis vacaciones eran un campamento de verano la segunda quincena de julio. Mis padres sacrificaban su veraneo para que yo pudiera disfrutar junto a otros niños de la naturaleza y forjara amistades que hoy aún conservo. Ese sacrificio sólo lo llegué a valorar cuando acumulé muchas primaveras.

Recuerdo la década de los noventa. Ansiaba algo por encima de todas las cosas. Algo que me faltaba para completar mi personalidad, bien por capricho infantil, bien por algún tipo de carencia afectiva. Algo con lo que martillear los oídos de una madre rayando la cincuentena: una bicicleta.
Y la conseguí. Podría explicar de cuántas formas supliqué, pedí, grité y lloré, pero esa parte me la salto porque todos llevamos un niño dentro que alguna vez se comportó así, y pasaré a cuando entró mi hermano en casa con una bicicleta de niña, rosa.

La ducha de mi casa se encuentra comunicada con la cocina a través de una ventana que usábamos para airear vapores del baño. Esa noche de verano yo me estaba duchando cuando mi hermano llegó a la altura de la ventana y la golpeó dos veces con sus nudillos. No me lo podía creer: ¡Una bicicleta! Daba igual que fuera rosa y con la barra baja. ¡Era una bicicleta para mi! El problema es que a mis diez años aún no sabía montar e hicieron falta muchas clases prácticas de mi mejor amigo y muchos arañazos rosas contra los coches.


Fue el mejor verano de mi infancia. Ya se sabe que a esa edad se crece muy rápido, y pronto se quedó pequeña y la regalamos. Pasaron los años hasta que el ayuntamiento colocó en 2007 una estación Sevici al lado de casa y desde entonces no he parado. Bueno doctor, esto ha sido una pequeña parte de mi historia sobre la adicción a la bicicleta y al mundo que le rodea. En la próxima consulta, ¿hablaremos de cuántas bicicletas tengo, las estáticas, el spinning del gimnasio y de los vídeos VHS que colecciono de los Tours, Giros y Vueltas a España?

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